miércoles, 8 de septiembre de 2010

Esta ciudad

Estos días (muchos días a decir verdad) de descanso han sido muy provechosos. He dormido hasta que me ha provocado pararme de la cama; he puesto al día varias lecturas atrasadas; he tomado decisiones importantes –como terminar de una vez por todas mi tesis de maestría-; he puesto en orden ideas y sentimientos; me he reencontrado con el amor y lo he disfrutado a plenitud; me he reído todo lo que me hacía falta; he ido a la playa, y allí me he reencontrado con mi lugar y mi sonido favoritos; he escrito un poco; he escuchado música; he comido rico (aunque no demasiado y hasta me compré un peso, quién lo diría, no?); he conocido varios lugares nuevos; he caminado; he descubierto bares y restaurantes, heladerías, pastelerías, tiendas, parques, calles... en fin, que ha sido un verdadero descanso en el que me relajado como es debido, en el que me he tomado tiempo para mí y que además he aprovechado al máximo.

Creo que todo el mundo necesita parar un poco el trabajo y tomarse, cuando menos, una semana para descansar, para disfrutar, para flojear, para organizar ideas o asuntos pendientes, para examinar lo que está haciendo y si el modo en el que está viviendo lo hace feliz. Me gusta este lugar, me ha ido enamorando poco a poco, como se debe, con seducción y cortejo previo, sin prisa y sin presión. Si pudiera quedarme de una vez y definitivamente lo haría, pero las cosas no son ni se hacen así.

Me gusta esta ciudad, sobre todo, caminar por sus calles cuando cae la tarde. En una ciudad hay varias ciudades diferentes. Sus colores, su calidez, su paisaje, cambian según cambia el sol de posición. Es impresionante como al recorrer una ciudad al mediodía, o al hacerlo cuando empieza a ocultarse el sol, descubres dos lugares diferentes. Las luces de la ciudad le imprimen a los lugares notas, sabores, colores y vistas tan diferentes. Hasta huele diferente. Claro que el clima también varía y eso influye en la cara que muestra la ciudad, se nota -sobre todo- en la gente, gente que comienza a caminar, respirar, hablar y mirar de otro modo, gente que sonríe cuando la brisa le roza la cara, le despeina o le alza el vestido.

Sí, me encanta caminar y me encanta esta ciudad. Hay una sola cosa que no me gusta y es que aquí el mar no huele a mar. O, bueno, no huele igual que el mar de mis registros. Las olas rompen y suenan igual, los colores son maravillosos, la arena es completamente distinta –cuando no son piedras es arena negra, aunque eso no es tan grave porque se esfuerzan y en algunas playas hay arena verdadera traída del Sahara, pero no huele a mar, a sal, a salitre. Aunque tampoco es un mal de morirse, al menos por ahora.

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