martes, 31 de agosto de 2010

Punto de quiebre

No sé por qué. Tal vez no haya una razón especial, o haya muchas, lo cierto es que he estado pensando mucho en el tiempo. En lo rápido que pasa. En cómo se va sin que uno se dé cuenta. En que la vida no espera a nadie y que las mejores oportunidades se presentan sólo una vez. También he pensado lo poco que me importa la edad. Estoy por cumplir 31 y me siento tan bien, tan contenta. Los 30 me cayeron de maravilla, el tema de la vejez no me perturba en lo más mínimo, pero el tiempo sí. Todo lo que quiero hacer, decir y, sobre todo, lo que quiero escribir.

Mi vida, la vida de mi familia, la de mi núcleo más cercano está a punto de cambiar. Se acerca el fin de una etapa importante, de una era, de lo que fue nuestra vida hasta ahora. Ya no seremos cuatro en la casa. Mi hermano se muda, y no de ciudad ni de estado sino de país, y se casa. Se va, y con él momentos que no volverán, risas que no sonarán en conjunto, discusiones, celebraciones, llantos que ya no compartiremos. Lo que no se hizo, lo que no se dijo, se perdió. Ya no hay vuelta de hoja. Y resulta que no me había caído la locha hasta ahora. Ahora me estoy dando cuenta de la distancia. De lo que significa realmente lo que se aproxima. Y es raro. Son sentimientos encontrados. Felicidad, alegría, tristeza y nostalgia. No sé en realidad si porque ya es un hecho tangible que llegó el momento de soltar las amarras y que cada quien haga su vida y tome su camino o porque sé que ya nada volverá a ser como antes.

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