viernes, 15 de febrero de 2013

No todo cabe en la maleta



Llevo casi tres meses viviendo fuera del país, y nada ha cambiado. O sí, todo se ha puesto peor. Mi país es un territorio en guerra, aunque esa no es precisamente la novedad. La novedad es el recrudecimiento de la violencia, del ensañamiento, la novedad es que desde afuera la cosa se ve peor.  Ver como aumentan la cifras de asesinatos,  es desgarrador. Sentir que quisiera estar allá, pero que menos mal que estoy aquí es una sensación muy rara, desagradable.  Yo sé que mi país está vuelto mierda, que el Gobierno lo ha hecho pedazos, pero es mi país, el único que tengo y me duele, sí, lo digo sin ninguna vergüenza, me duele. Y desde la distancia duele más. 

Es aterrador leer diariamente que mataron a fulano, a zutano, a mengano. Muchas veces son personas desconocidas, estadísticas que engrosan los índices de criminalidad, pero cada vez el círculo se cierra más y la única opción es rezar, encomendarse a todos los santos, cada quien a sus muertos, para que hoy no le toque a nadie conocido y mucho menos a nadie de la familia. 

¿Irse, quedarse?  Al final la cosa no es tan sencilla, o es que toda la familia cabe en la maleta? Pues no. Yo estoy aquí, bien, pero al final mi mamá, por ejemplo, está allá, así que la mitad de mí está aquí y la otra allá…y así son casi todos los casos. Así que la cosa tampoco se resuelve simplemente con un exilio voluntario, sea temporal o definitivo.

El problema tiene raíces profundas, de esas es que hay que ocuparse, porque preocuparse no sirve de nada.