martes, 20 de agosto de 2013

¡Bienvenido, amor!


Cuando supe que ibas a nacer sentí que la vida completaba su ciclo, que la felicidad me alcanzaba ahora sí para siempre. Saber, además, que yo era tu madrina me llenaba de orgullo, alegría y emoción. Desde que anunciaron tu llegada algo en mí cambió. Eras la mejor noticia que jamás había recibido. Eres el amor más grande  que he conocido.

Las malas noticias y complicaciones que nos anunciaron pronto me hicieron sufrir lo indecible, ni siquiera vale la pena tratar de explicar cuánto, pero saber que Dios estaba y está con nosotros me infundía una seguridad y una fuerza poderosa y gigante.

Ahora que ya estás con nosotros  ¡ay!, veo tu carita, tus manos, tus pies, tu boca…te contemplo entero y tengo la certeza de que los milagros existen. Siento que tengo el corazón inmenso, que está rebosado de ti. Te quiero tanto, me dueles tanto.

Pero no te confundas, esto no es un lamento, es una declaración de amor.

Te amo, sobrino. Te bendigo, ahijado. Te agradezco, Dios. Estoy en deuda contigo, Virgencita.

No hay comentarios:

Publicar un comentario