Hay gente que se toma las cosas como si en ellas se les fuera la vida, pero no se da cuenta que lo único importante es, precisamente, que la vida se nos puede ir en cualquier momento.
Esa gente debería aprender a disfrutar un bonito atardecer,
a escuchar el mar, a reír a carcajadas y a llorar.
Esa gente debería aprender a diferenciar lo importante de lo
esencial y lo básico de lo fundamental.
Esa gente debería aprender que la soberbia es traicionera, porque puede nublarnos la vista y hacernos pensar que ganamos la batalla sin dejarnos ver que perdimos la guerra.
Esa gente, que se refugia en el rencor y se protege con la
amargura y el desprecio, debería aprender que el cielo de hoy puede que no lo
miremos mañana, y que el silencio sostenido tiene la particularidad de que
puede volverse eterno.
Esa gente no sabe diferenciar la torpeza de la maldad ni la
rabia de la vileza. Esa gente juzga con severidad, se cree dueña de la verdad y
se jura infalible.
Esa gente debería considerar que pudiera no haber
otra oportunidad y que la vida es ser y estar...pero es también aprender a perdonar.