viernes, 2 de julio de 2010

Toda una experiencia

De vez en cuando me gusta ir al cine sola. Generalmente lo hago entre semana, y no es que lo haga demasiado, pero ayer lo hice. Tenía pendiente “Sex and the city 2” y en vista de que la amiga que me llamó hace algunas semanas para hacerme prometer que la veríamos juntas no dio más señales de vida, me escapé de un día movido y estresado para evitar que la quitaran de cartelera. Así que a las 3 y 30 de la tarde huí de la oficina con destino al Centro Comercial Tolón, cruzando los dedos para llegar a la función de las 4 y 40. Contra todo pronóstico llegué y luego de una cola gigantesca compré mi entrada y bajé a la sala “privé”, a la que nunca había ido y juro que nunca volveré.

La cosa arrancó mal. Había un gentío esperando con su entrada en la mano y desesperado por retirar su combo de cotufas (incluido en la entrada) y ni la sala ni la “caramelería” estaban abiertas. Diez para las cinco, cinco y nada. Algunos empezaron a decir que la función se había suspendido. Otros que a los de los de CINEX se les olvidó, pero lo cierto es que la sala seguía cerrada. Por fin como a las 5 y 10 una señora con cara de pocos amigos abrió la sala y a los reclamos sólo respondía “esto siempre pasa, es normal”. Uno vez adentro comenzó lo peor.

Creo que tenía mucho tiempo sin ir un jueves al cine a esa hora. Ahí estaba yo, con mis cotufas, mi refresco y mis almendras caramelizadas lista para ver mi película. La verdad poco me importó el retraso. La sala no me gustó, me pareció pequeña, apretujada, no sé. Me compré un sitio en la penúltima fila y pasaron muy pocos minutos para notar que la última estaba completamente ocupada por unas adolescentes descerebradas que, para rematar, creo que salían sin sus padres por primera vez. Empezaron con gritos y risas y actitudes absurdas en cuanto se sentaron. Reclamaban en tono de chanza “esto cuándo va a empezar, mi papá me viene a buscar y no voy a estar lista”. Otra dijo “me va a venir a buscar Armando”, y otra más idiota “Armando? Armando qué”. Y de pronto pasó algo que me dio mucha risa, casi no lo podía creer, una muchacha se disponía a salir de la sala y justo cuando pasaba frente a la pantalla, una de mis compañeras de sala le gritó desde la última fila “¡chama yo tengo esa falda, la compraste en ZARA, ¿verdad?!”. Y la que salía, que seguramente en ese momento consideró la idea de no regresar, le hizo un gesto asintiendo mientras un empleado de CINEX intentaba calmar a la audiencia y trataba de explicar que la función no arrancaba “porque el proyeccionista no ha llegado, pero ya viene”.

El hombre, finalmente, llegó. La película empezó y aunque había rayas extrañas en la pantalla la cosa se veía y se escuchaba bien. Pero a cada rato griticos y comentarios de las de atrás interrumpían la función. De pronto entraron unos amigos de ellas y la cosa se puso peor. No habían visto la serie ni la primera película, no conocían a los personajes ni la historia y estaban realmente aburridos. Yo intentaba concentrarme en la película o en las cotufas o en las almendras, y a ratos lo lograba. Pero algún “chamo, aquí uno se puede quitar los zapatos, ¿verdad?”, me interrumpía. Pero más que molestia o rabia de verdad me desconcertó que a esa edad las personas puedan ser tan tontas. Porque no daban risa sino pena. Si alguna de ellas hubiera sido mi hija, o mi hermana o mi prima, me hubiera sentido avergonzada. Si esa es la generación de relevo estamos jodidos.

Igual la pase bien conmigo, me encantó la película, bueno y la serie y la película anterior, pero ese es otro tema. Entendí por qué fue que dejé de ir a esas salas y ahora voy siempre al mismo lugar cuando voy al cine, pero esa no la estaban dando y no la quería ver quemada. Descubrí que ir a una función matinée es lo peor que le puede pasar a un ser humano y que seguramente la hubiera pasado mejor viendo “Toy Story 3” en una sala repleta de niños de cuatro años, seguramente mucho más inteligentes y divertidos.